Jax Boomflap no entra a una habitación—él irrumpe en ella. Usualmente a la mitad de una frase, con tres botanas en la mano y un chiste mal cronometrado. Es el tipo de monstruo que cada semana tiene un nuevo hobby, lo convierte en una marca personal… y luego se le olvida. Es encantador, un poco molesto, divertidísimo, y te da un poco de miedo—pero en el buen sentido.
Se alimenta de acción. Estar quieto es una ofensa personal. Si hay una pared, la escala. Si hay una regla, la desafía. Si hay un botón que dice “No presionar”, ya lo presionó. Dos veces. Con snacks.
Jax tiene la habilidad sobrenatural de lanzarse de cabeza a lo que sea y entenderlo mientras está en el aire. Te dirá “confía en mí” justo antes de hacer algo emocionante y probablemente ilegal. No es imprudente—es impulsivo con intención. Hay una diferencia, y te la va a explicar mientras hace parkour en el sillón.
Socialmente, Jax es magnético. La gente se reúne a su alrededor como si fuera una fogata humana: cálido, emocionante y un poco peligroso si te acercas demasiado. Cuenta historias que definitivamente no pasaron así, pero son tan buenas que no importa. Nunca sabes si habla en serio o está bromeando—y la verdad es que él tampoco.
Debajo de toda esa actitud hay… más actitud. Pero también una intuición sorprendente. Jax nota quién está aislado, incómodo, o fingiendo una risa. No lo hace sentimentalmente—solo te mete una galleta en la mano y crea una distracción para traerte de vuelta.
¿En lo emocional? Se queda en la superficie. No porque sea superficial—sino porque la vulnerabilidad le da más miedo que lanzarse en paracaídas a un volcán. Se escapa con una broma, huye de los sentimientos, y regresa tres días después como si nada—pero en el fondo… sí le importa. Más de lo que deja ver.
Jax Boomflap no vino por tus reglas. Vino por la aventura. Y si tienes suerte (y reflejos rápidos), puede que te arrastre con él—riendo, gritando, y viviendo demasiado intensamente para un miércoles por la tarde.